El
Estado es una de las pocas instituciones, democráticas, que ha permanecido, en
el tiempo, sin experimentar cambios en lo que concierne a su perfil y
estructura ideológica, doctrinal, filosófica, así como en el ámbito funcional,
gerencial, organizacional y operativo.
Los
ejes transversales del Estado moderno son los mismos dese su nacimiento..
Mantiene,
el Estado, el mismo sistema de finanzas publicas erigido sobre la figura de la
deuda traslativa. Su voluntad soberana, coercitiva, en términos político,
jurídico, de poder, filosófico y administrativo se mantiene inalterable.
Un
Estado estático, por demás, no está en la capacidad dialéctica de hacer frente
a los retos y desafíos que crea el devenir histórico, la dialéctica social, de
mercado e institucional que trae consigo todo un proceso, dinámico, de
crecimiento, cambio y complejidad de la sociedad, per se, del sector privado,
del sector público, de la ciencia, de la tecnología y de las propias
herramientas de gestión que aportan las ciencias sociales, de mercado y muy en
particular la ciencia administrativa.
Pero,
si bien es cierto que estamos ante una realidad de degaste del modelo del
Estado que tenemos erigido a partir de la teoría de la división del trabajo de
hace más de cinco siglos, no es menos cierto que esa dinámica de crecimiento,
cambio y complejidad experimentada por la sociedad en su conjunto nos impone,
nos demanda modelar un nuevo Estado centrado en valores sociales, éticos,
morales, patrióticos, políticos, y sobre todo de finanzas publicas, de mercado
respecto a la concreción de riquezas, ingresos, divisas y empleos productivos,
para atender una demanda creciente de bienes y servicios con miras a erigir el
bienestar ciudadano y colectivo del presente.
La
teoría administrativa vinculada al proceso de gestión y organización, moderna,
nos aconseja definir una nueva arquitectura funcional y toda una Unidad
estructural, en su entorno, que den al traste con un modelo horizontal,
abierto, participativo, creativo, funcional, ágil, descentralizado e incluyente
respecto a su dinámica de Estado y de gobierno, y sobre todo de administrador
transversal del interés y de la cosa
pública, teniendo como eje la función moral del ciudadano y la sociedad que lo
crea y lo requiere.
Hay
que trasladarnos, del estadio político, social, del bienestar, jurídico,
paternalista del actual Estado, al estadio moral, ciudadano, promotor, creador,
e inspirador de un modelo costosiano de finanzas publicas y de mercado centrado
en un proceso corporativo, abierto y participativo que garantice la mayor vinculación,
con sentido de pertenencia, de los actores empresariales y los agentes del
mercado en la generación de riquezas, bienes y servicios, garantes y necesarios
para la satisfacción del conjunto de necesidades sociales y humanas de la
sociedad en sentido general, desde una perspectiva abierta y sin exclusiones de
género, raza, cultura o credo.
La
sociedad del siglo xxi ha de apostar por la construcción del Estado moral
ciudadano en el contexto de un pacto fiscal, en el marco de un modelo
costosiano de mercado y de finanzas publicas, de un mayor nivel de
participación ciudadana en la conducción política del Estado, y sobre todo en
el proceso de gestión social y burocrática del gobierno, desde el nivel
nacional, regional, provincial hasta el municipal, respectivamente.
Hoy,
más que ayer, se hace propicia la ocasión para que la sociedad dominicana se
empodere del fracaso del actual modelo de Estado y de manera activa participe
en la petición y la construcción de esta nueva herramienta de gestión político
democrático que tiene por objeto concentrar mayores niveles de poder, de
decisión, de gestión, y participación del ciudadano en las tareas, funciones y propósitos,
cotidianos, del Estado, del gobierno y de sus instituciones, para lo cual se
hace necesario crear un conjunto de mecanismos de participación ciudadana que
garanticen y concentren, en el ciudadano, todo el Poder que la propia Constitución
y las leyes otorgan sin desmedro de la delegación que ejerce, el ciudadano, a
través del voto.
El
estado de cosas del Estado, y del gobierno, relegan al actor ciudadano (dueño
de la soberanía popular electoral, que la erige y que le otorga rango
constitucional e institucional a través del ejercicio de las funciones poderes,
tareas, del Estado) en tanto lo deja esclavo en y tan solo del poder del voto,
que y una vez emitido (el voto) el Estado y el propio gobierno queda fuera relegado
y secuestrado por el olvido y el desdén público, hasta cobrar la libertad y el
poder de elegir, en un nuevo proceso político electoral. Esto crea en tanto ha
creado una modalidad de ciudadano voto, pura y simple sin derechos a ser y ser
parte del estado de cosas y de la gestión pública que se erige a partir del
patrimonio moral y democrático de su elección.
El
Estado moral ciudadano ha de ser un salto cualitativo varios siglos después de
estar usando el Estado el mismo traje institucional en el conjunto de pueblos,
y naciones que durante todo el devenir
histórico han sufrido cambios significativos que desbordan a la propia
arquitectura actual del Estado..
El
Estado moral ciudadano comenzaría por revisar, cambiar, mejorar, ampliar,
enriquecer y adecuar su obsoleta estructura funcional (poderes) a los múltiples
y diversos objetivos que persigue, hoy día, en y la propia sociedad del siglo
xxi.
De
ahí que habría que formalizar, en tanto erigir, la función electoral en un
Poder del Estado, la función contralora, crear la función moral, retomar la
función municipal, por lo que el Estado moderno tendría las funciones poderes: moral,
electoral, contralora, municipal, ejecutiva, legislativa, y judicial, respectivamente.
Volveremos
sobre el tema, en una próxima entrega
Es
hora de propiciar y dar un salto en el debate político..
miguel ángel
Severino Rodríguez
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