Abordar la Republica,
en el contexto de la sociedad del siglo xxi, es el desafío, presente de las
ciencias sociales, la doctrina y el pensamiento democrático burgués. Superar la
herencia epistemológica que da origen a la Republica, al Estado, al gobierno y
a la partidocracia, de la era post monarquía, y de los siglos de las luces, es el imperativo de la intelectualidad contemporánea.
El pensamiento político
que tuvo a bien dar origen a la estructurara y arquitectura filosófica,
funcional, organización y gerencial juega en contra de una sociedad que ha
evolucionado, y que presenta grados de complejidad que rebasan la rigidez de
los sistemas jurídicos y administrativos fundacionales, de la Republica, en términos
históricos. Aquel estado de cosa quiebra el fuero, la moralidad, y el accionar del
ciudadano, actual, cuyo carácter libertario le sugiere una ruptura con el
paradigma del pasado, de y un modelo institucional envejecido.
Hay conceptos que han
servido siglos de confusiones, por lo que compete a las ciencias sociales, a
los expertos y a las teorías administrativas contextualizar. Nos referimos a
los términos; Republica, Estado, gobierno, partido y democracia.
La confusión es mayor
cuando la teoría administrativa o la teoría política, por separado, han tratado
el problema de estudio sin la conexión epistemológica pertinente. No es posible
abordar la republica ajena a la semántica y al entramado objeto, de estudio, la sociedad, el actor
protagonista de la misma, el hombre, los recursos naturales y el territorio, la tecnología y el desarrollo,
la norma de conducta social, moral y jurídica, y el propósito insoslayable de
la construcción del bien ético, espiritual, político y patrimonial para la
consecución de una vida plena objeto del desarrollo holístico del hombre y su
hábitat.
La Republica ha sido,
vista por los teóricos, como sistema político, y jurídico, entramado al imperio
de la ley, a través de la constitución, o desde la óptica evolutiva del Estado
de derecho, la soberanía, y la democracia, como un macro sistema político de
tipo instrumental.
La sociedad del siglo
xxi y sobre todo el estadio del desarrollo requieren de un cambio de paradigma
respecto al proyecto de Republica como un todo, sistema, integrado el Estado,
el gobierno, un modelo democrático en el marco del proceso de cambio y
complejidad experimentado a nivel nacional e internacional por la propia
sociedad, la ciencia, la tecnología, el mercado, los objetivos característicos
del estadio del desarrollo a partir de la comprensión de la teoría de la necesidad y la ley de la
temporalidad del hombre, en calidad de ejes transversales de su propia
existencia.
Por otro lado, desde
siglos, el ciudadano ha venido siendo preso de un pensamiento, por demás
obsoleto, respecto a la teoría de la soberanía, la libertad, los partidos, el
Estado y la democracia.
Veamos.
La Republica es un
sistema político centrado en el imperio de la ley, donde la soberanía pertenece al pueblo, la
forma de escoger a los gobernantes descansa en las mayorías, y la teoría de la
división del trabajo sirve de soporte a la triangulación de las funciones poderes
del Estado. Pues, nada más incierto, banal, barato, caro y costoso para el
ciudadano común.
La ley es lo que menos
impera, en tanto es secuestrada, vía mecanismos de control a partir del modelo
o modo de escogencia de los jueces y la creación de las instancias judiciales,
donde el Estado de partido impone, a través de los legisladores, su visión, su
versión. Impone por demás los funcionarios a los que, en medio de la presunción
de Juez, liberto, en algunos casos, las sentencias les son redactadas fuera del
sistema judicial.
En un segundo termino no
hay nada más incierto, y ajeno al ciudadano que el carácter, supuesto teórico,
de la soberanía popular, pues esta descansa en un formato entreguista donde el
debido proceso ciudadano, versión del debido proceso penal, no existe.
Y es que una vez el ciudadano vota ha perdido,
botado, su patrimonio democrático. En el modelo vigente el funcionario electo tiene
patente de corso, e impunidad otorgada. El
marco jurídico lo protege y lo ampara el estado de cosas y modelo. En los casos
de incompetencia, funcional, o de una gestión ineficiente el sistema no repara al elector, ciudadano, el
costo de su mala elección, a la vez que carece de sanción o de forma de ejecutar
cuando el prestatario de la soberanía ha
infringido daños y perjuicios a la sociedad.
El modelo de Republica carece
de sistema sancionador revocatorio de mandato en términos ético, moral, social,
político y programático. De igual manera no ha previsto el legislador un
sistema de sanción, en tanto no dispone de normas y políticas destinadas a
cualificar y/o cuantificar la gestión, rentabilidad, de los funcionarios, los sistemas
administrativos y los organismos
respecto a la capacidad y competencia para contribuir e inducir las entidades
entramadas a las cadenas de valor del territorio a generar riquezas, divisas,
ingresos y empleos productivos.
El modelo de Republica
requiere evolucionar e ir mas allá del debido proceso del ley e incorporar, entre otros, la figura del debido
proceso ciudadano en términos políticos, en calidad de actor y rector del
principio y el sistema de soberanía popular, ciudadana. El primero, debido
proceso de ley es un procedimiento de
tipo instrumental garantista referido solo a los derechos, humanos, ordinarios,
insuficiente por demás. Se hace impostergable, para dar rentabilidad al
ciudadano, y ganancia de causa, erigir a la vez que dar rango jurídico al
debido proceso ciudadano.
No hay nada más caro e
ineficiente, en el estado de cosas de la Republica, que los principios del imperio de la Ley, la libertad, y la
soberanía popular. Estos no otorgan calidad, rentabilidad, ni efectividad al
modelo. En el sistema político de la Republica y en el conjunto de las macros
entidades que lo integran, el Estado y sus funciones poderes, el gobierno, y
los partidos. Los perjuicios y daños son irreparables, y eternos. Desde esta
perspectiva urge una ruptura del sistema y sus elementos constitutivos, a la
vez que cambiar el paradigma.
Continuaremos..
Miguel Angel Severino
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