La
sociedad del siglo xxi asiste al desarrollo de la versión del modelo
democrático, si vale el termino, de la política de buena vecindad en la
propuesta de la globalización, la cual ha está consumiendo horas y tintas en
una teoría, que a nuestro juicio, carece de valor agregado y de rentabilidad
social, ética y moral valederas. Nos gastamos, como sociedad democrática, una
inversión cuantiosa a favor de los valores y de la doctrina globalizante, la
cual incorpora la teoría de la buena vecindad, la cooperación internacional, la
promoción de la inversión extranjera, los mercados allende a las fronteras
nacionales entre otras políticas de acercamiento y convivencia democrática
entre las naciones del mundo.
En ese contexto el país procura posicionarse en los
distintos bloques regionales de cooperación en términos políticos y
comerciales. Todo es bueno si podemos recibir y estrechar los vínculos con el
mercado norteamericano, europeo, japonés, chino, y Sur América entre otros,
pero si nos solicitan cooperar, participar y poner en práctica estos valores,
políticas y principios con el vecino país de Hati….es la peor afronta y
de una vez determinados politiqueros y patrioteros de cartón arremeten en
contra de hombres de la estatura del señor J. Carter por sugerirnos una cuota
de participación en la globalización dominicana con nuestro vecino más cercano.
Es una lástima que los rusos y anglosajones
dominicanos tengamos, a flor de piel, una política ancestral en contra de
nuestro vecinos hermanos, los haitianos, quizás porque son negros, feos, o
pobres.
Quienes se expresan de esa manera desconocen que
tenemos, los dominicanos, muchos connacionales pasando la de Caín en playas
extranjeras, y que cada vez que nos azota un huracán somos los primeros en
salir a pedir ayuda internacional, y en cambio con los pobres haitianos no
queremos practicar lo que mendigamos allende a nuestras fronteras. Esto es
jugar a una doble moral. Somos globalizados cuando se trata de solicitar
facilidades para nuestros productos y ciudadanos en los países desarrollados,
pero cuando se trata de nosotros socorrer a los haitianos lo vemos como una
maldición, como un pecado.
Hay de Haití y de su pueblo digno de mejor suerte y
de tener mejores vecinos. Los dominicanos nos olvidamos que hoy medio pueblo se
iría a los Estados Unidos si estos dejan de lado las restricciones de visado
para entrar a su territorio.
Negarle a los atinaos nuestra mano solidaria es
tratar de hacer leña del árbol caído, a la vez que nos olvidamos que nos
arrastramos, por decirlo de esa manera, en otros países donde hacemos labores y
trabajos que rechazamos en nuestro país y que mendigamos en el exterior.
En la medida en que Haití tarde más en hacer la
travesía para salir de la extrema pobreza mas tarda en avanzar la sociedad
dominicana en su conjunto. El estadio del desarrollo y del bienestar colectivo
se nos torna más lejos en la medida en que los haitianos se quedan rezagados en
la peor de la pobreza.
La globalización no podrá ser excluyendo a los
haitianos, nuestros vecinos más cercanos.
Si bien es cierto que en modo alguno no
propugnamos por la unificación de la
nación haitiana y la dominicana, no es
menos cierto que en épocas remotas hemos tenido lideres que han fraguado y
trabajado por nuestra anexión a otras naciones, y es posible que los
antihaitianos de hoy a lo mejor son partidarios de anexarnos a los proyectos
anexionistas del pasado.
El pueblo haitiano es digno de mejor suerte, al
igual que los dominicanos, pero que bueno sería que su potencial desarrollo se
logre de manos de la nuestra. En fin podríamos decir que para algo habríamos
servidos los dominicanos en adición a tener congresistas que se hacen fraudes
ellos mismos.
Haití es parte de nuestra vecindad y parte también
de la globalización.
Miguel Ángel Severino
Rodríguez
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