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El déficit fiscal se ha
convertido, como por arte de magia, en el común denominador de los países, los
Estados y los gobiernos durante la primera década del siglo xxi.
Y tal parece que los
tratadistas y estadistas, e inclusive los articuladores y diseñadores de
políticas públicas, solo tienen a manos tres opciones en la bitácora de las
finanzas públicas: a) incrementar los impuestos, b) reducir los gastos, y c)
una combinación de de las dos, ‘a’ y ‘b’.
Tal parece que el Estado
moderno carece de escuela sobre mercado, finanzas públicas y gestión del
desarrollo, pues cada vez que los gobiernos requieren de más recursos para
financiar sus plataformas programáticas, presupuestarias, recurren, siempre, a
la solución más a la vista, de los miopes, a la reforma fiscal con énfasis en
la creación de nuevos impuestos o en el aumento de las tasas de los ya
existentes, influenciado por aquello de la teoría del menor esfuerzo.
En el Estado se puede colegir
como ley o premisa general el que todos los gobiernos acuden a la búsqueda de
la solución más simple cuando se trata de procurar más recursos para financiar
gastos pautados por la dialéctica electoral.
Y es que no sé si es por
falta de formación, escuela, doctrina o teoría del desarrollo y finanzas públicas
que el Estado moderno se aferra, como ley de conducta, a la función recaudadora,
lo cierto es que deja mucho que desear esta actitud que por demás afecta el
capital de trabajo de las empresas y los agentes del mercado y que se ha
convertido en un obstáculo del desarrollo, pues la función del Estado no es la
de recaudar para concretizar en tan solo un periodo de gobierno todas las
metas, sin frenos, de sus gobernantes.
Por el derrotero que va el
Estado moderno ha de terminar sepultando la rentabilidad del sector privado,
consumiendo el capital de trabajo de la sociedad emprendedora al trasladar, vía
los impuestos, los déficits públicos al sector privado en una carrera
desenfrenada por trascender en lugar de hacer y pasar a la historia por las
puertas de los hechos.
A los gobiernos se les olvida
que el Estado es socio de los productores de rentas, divisas, riquezas, y patrimonio vía el imperio de la
ley fiscal, tributaria, y que en lugar de priorizar y desarrollar la vocación
recaudadora debe, el Estado, trabajar en la creación de las condiciones de
costos y mercado, seguro, favorables para asegurar y elevar la rentabilidad del
aparato productivo nacional y por vía de consecuencia incrementar los, y sus
ingresos.
La función vital del Estado
jamás ha de ser de pescar a los generadores
de altas rentas para aumentar los niveles de recaudación, pues el propio Estado
viene transgrediendo la voluntad soberana y la legitimación que le otorga la
doctrina que lo erige, en derecho el constitucional, para saciar y desarrollar
una política de gastos expansiva por encima de lo deseado y mas allá del deber
cumplido y el retorno en servicios por la prestación de recursos que vía los
impuestos el sector productivo presta al Estado.
El caso del Estado Francés
nos da una lección y la voz de alarma pues en estos momentos el gobierno
pretende establecer un impuesto provisional de un 75% a la riqueza. Pero
Francia no es solo la excepción, el Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama,
procura gravar a los generadores de rentas a partir de 450 mil dólares anuales.
En España, Grecia, en toda
Europa, Asia, y en América Latina el Estado padece de la misma enfermedad,
aumentar las recaudaciones a costa de gravar al sector productivo, generador de
rentas.
Por lo pronto solo nos queda
como secuela de una praxis, adjetiva, recaudatoria, un proceso de quiebra en
masa del aparato productivo durante la próxima década.
Un Estado recaudador es una
amenaza y sentencia de muerte para el sector productivo.
La inteligencia partidaria
nos debe llevar a, más que un freno, erigir la escuela de gobierno, centrada en
mercado, riquezas y finanzas publicas de cara a modelar el estadio del
desarrollo del Estado.
La crisis financiera que vive
el mundo moderno es fruto del modelo de finanzas públicas que da origen al
Estado moderno.
El pensar está en crisis en la sociedad del siglo
xxi y el Estado, el gobierno y el liderazgo partidario la alimentan..
Miguel Ángel Severino
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