La poesía pierde belleza en la palabra,
por lo que hay que crear y recrear la belleza, perdida, cuando se viste de
sintaxis..
Y lo peor de la poesía, y su belleza, es
cuando queda refractada y atrapada en y por las pupilas ajenas del poeta, que
apuesta por hacer, poesía, y solo alcanza musgar la belleza, y el poema, que brota en su
interior.
El poeta, por más agudo y reflexivo, no logra
rescatar en la sintaxis, a través de la lingüística traslativa, no propia, ni
erigida, de, por y en la belleza imagen que vuela en alcoba, manifiesta, del
poema, reproducir enhiesta, en su interior trascendente, todo poema posible y
la su belleza singular y en perspectiva.
Hay una poesía que no logra, de manera
total, captar, capturar, apresar, trasladar, articular, aprehender y pintar el
poeta en el lienzo del la lengua, el lenguaje y la palabra. Son aquellas
imágenes, vistas paralelas, y para las cuales no ha tenido tiempo para
configurar de manera teórica en una frase, en una palabra que no ha llegado,
por igual, a reproducir el poema y la belleza incrédula.
Es
aquella belleza que queda en el poema, sin escribir, y que queda cual estela en
el mar cuando lo arrisca el tenue viento, o cuando la noche vestida en las
pupilas de la luna miran con las
estrellas del cielo en y sus ojos atigrados.
Pues, el más pequeño poema, de desnuda
belleza y menguada, es aquel que escapa
del poeta y queda atrapado en la palabra, escrita.
Se me ha ocurrido decir y he dicho, pensado mejor, que, siempre, el
poeta deja escapar lo mejor de su poesía cuando la escribe, y la viste de
lingüística, pues ella, la belleza del poema, no cabe en el cáliz o la
primavera de una prosa vertebrada, por demás.
Hay
toda una poesía que queda presa y atrapada en el lenguaje mudo interior y que
no logra escapar, capturar, rebasar y
aprehender el y con el poeta.
Ella queda, la belleza (la poesía),
reducida y amplia, majestuosa, incólume, cual manantial, cual perspectiva
boreal del orto y el ocaso, horizonte iterativo que le roba al sol traslucido y
en una pizca de roció, en la estela ausente de la lluvia recreada en su jornada
invertida inacabada, intemporal y fractalaria, reducida en su mismisidad
identitaria subjetiva.
La poesía y la belleza del poema jamás
han sido vistas, desde esta perspectiva trascendente, en la alcoba de un poema
o en las húmedas pupilas, mojadas, del
poeta, trasnochado en la búsqueda hacedora de poesía agotada.
Ella, la belleza, en la poesía, no ha
podido ser vista, quedar, por entera y desnuda en el poema ni podido ser,
bella, vestida y desnudada por la poesía que la acepta y por el poeta que busca
descubrirla, en tanto procura dejar constancia, de la belleza, en el lenguaje
literario desde donde la aborda tan cercana y lejos como el cielo en las
estrellas y la noche que las toca en perspectiva trastocada..
Y es que desde la misma manera en que
los ojos que miran no logran capturar, en todo un mismo momento, todo el
paisaje, su vistosidad, de igual forma no cabe en el término, en la palabra, en
la sintaxis, toda la carga, reflexión, que nida en el paisaje poesía que recrea
al poema, que el otoño desnuda y que el interior humano, desde el espíritu,
apodera.
En toda creación poética hay mas poesía
y belleza que la creada, por crear manifiesta, y que queda en la bitácora y muy
sensible y lejos al ojo del poeta que mudo y ciego queda con el paisaje y al
poesía que decanta belleza inadvertida y por descubrir..
El genio creador de la poesía, de la
flor y las madrigueras del viento no escapa a la mudez de corto viaje del ojo
con que vuela a la estepa donde crece el poema, el cáliz, y la primavera
poética creada.
El mundo de la poética es referido,
desde y hacia, a tres estadios a saber: la realidad exterior, la realidad
imaginaria, existente, erigida; la que crea y a su vez es creada por el poeta,
y la construcción poética; y, el poema creado, una realidad trascendente.
Desde esta perspectiva la belleza no
agota su realidad, en tanto es continua, contigua y manifiesta.
La poesía pierde belleza en la palabra.
Miguel Ángel Severino
poeta, en re menor..
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