''La persona que dice que no puede no debería
interrumpir a la persona que lo está haciendo. '' Proverbio Chino
La crisis
La crisis es un estado
permanente del Estado moderno incubada en el sistema de finanzas pública y,
a la vez, un modelo productivo ausente desde antes de nacer, el Estado
reflejado en los resultados y en el deterioro evidente en la multiplicación de
los pobres, la pobreza y más abundante miseria en cada coyuntura.
Ella, la crisis, es una
relación fractal respecto a las personas, a la problemática y a los procesos
dados en esta relación social, y holística. Esta relación comporta una
estructura, dada, dialéctica en su naturaleza evolutiva, inestable por demás, y
sujeta a incertidumbres reversibles en un entramado pendular de la periferia
hacia el perímetro del circuito social que la modela.
La crisis por demás constituye el escenario,
el aula, y el aprendizaje de lo impredecible del carácter reversible y entropía
de nuestra realidad rural urbana, comercial, agropecuaria, turística,
artesanal, cultural, educativa e histórica.
La crisis es la
primaria, antesala, del conflicto y la ruptura del paradigma.
Ella ha estado presente
en el estado de cosas del Estado moderno dominicano en la medida en que este,
el Estado, no ha podido saldar la deuda social en su construcción y permanencia
en el devenir histórico.
La crisis inicia en el territorio del Estado
integrado por 48, 442 kilómetros cuadrados de tierras y 112 mil kilómetros cuadrados
de tierras en títulos; mas del 90% de
las tierras de la reforma agraria, sin título de propiedad, y en manos de
terceros y ajenos, por demás, a la reforma agraria; mas del 8% de las tierras
con vocación agrícola no poseen títulos lo que ha contribuido a que más del 70%
de la población vive, ya, en la zona urbana haciendo más compleja y profunda la crisis.
Por otro lado la crisis adquiere dimensión mas allá
de lo jurídico, institucional, y de
mercado, pues esta problemática, entramada al recurso productivo tierra, afecta
de manera directa no solo al abandono del campo, por igual afecta al mercado,
al riesgo mercado, y por ende al costo de la tasa activa de interés.
El territorio se torna hostil en tanto estorba
la llegada de nuevas inversiones e inversionistas al territorio. Esta realidad
profundiza la crisis a la vez que la hace reversible.
Desde esta perspectiva la crisis por la titulación
de las tierras del Estado constituye, por decirlo de alguna manera, el eje
detonante, transversal, del conflicto a superar para construir la ruta hacia el
estadio del desarrollo territorial participativo rural urbano.
El conflicto
La profundización de la crisis da entrada al conflicto.
Y con el conflicto entran los actores sociales, individuales y colectivos. Los actores
del territorio pasan a ser protagonista de un libreto que muda de Leitmotiv ante cada entramado social que padece la crisis y la lleva al estadio
superior del conflicto.
Un Estado,
moderno, ineficaz y envejecido, y sobre todo
un entramado político partidario indiferente y carente de valores
ciudadanos, compromiso social y vulnerable a toda norma ética y moral confieren
rango de ciudadanía al conflicto y a sus actores, protagonistas.
Pero si bien es cierto que la crisis
evoluciona, crece y parece reversible, no es menos cierto que el Estado, cada vez, le entrega el
patrimonio (y el territorio), la riqueza nuestra, a extranjeros ajenos a
nuestra ciudadanía y compromisos de nación y de Patria. Sin embargo, esta
situación no pasa desapercibida por un amplio espectro social: Loma Miranda nos
mira bien de cerca desde el viacrucis del despojo de la esperanza de una ruralidad
enhiesta campesina, pobre y casta, huérfana y sin padrinos patrioteros.
Más de doscientos mil millones en subsidios potencian
un conflicto de madurez vestida, rentable, a todas luces, para un sector de una
burguesía que renuncia, cada vez, a las sanas prácticas de competencias en un
mercado no regulado por el Estado moderno que nos viene hecho para servir a los
intereses de una burguesía sin escuela y agiotista.
Por un lado a la clase trabajadora, y empleados
públicos que juegan un rol estratégico en el mercado el Estado los obliga a
renunciar a una vida digna desde un salario justo y ético.
La crisis no parece tocar las puertas de una
casta política, burocrática, que no siente los vientos ni las olas del mercado,
y la rigidez monetaria del salario de alcanzar menos productos cada semana,
cada mes.
La crisis y el conflicto de las drogas, de la
delincuencia, y de la corrupción parecen viajar en el túnel del tiempo, o en el
asiento del agujero negro de la historia presente.
La partidocracia, y el liderazgo político pasan
por una de las peores crisis de la historia democrática moderna. Esta crisis
teje un conflicto sin precedente en el malogrado sistema de partido en tanto
sacude la moral herida de su liderazgo con vocación presidencial.
Lo peor de la crisis y del conflicto es la
distancia que nos separa del cambio y la ruptura del modelo partidario. Esto viene a generar una nueva crisis y por
igual un conflicto reversible y sobre todo una democracia partidaria enfermiza
incapaz de dar respuesta al deterioro progresivo de nuestros males endémicos en
términos institucionales, sociales, políticos, burocráticos y de mercado.
El país carece de alternativa estructurada para
percibir y/o construir, y modelar el cambio. El déficit de respuestas y comprensión
respecto a la crisis y el conflicto es cada vez mayor.
En tales circunstancias cobra sentido y
significado el aforismo que establece que para crear pobre, miseria y pobreza
la democracia ha inventado el Estado, los partidos políticos y que el Estado
una vez envejecida la democracia y muerto los partidos y el liderazgo político los
reproduce sistémicamente.
Los políticos han hecho del Estado una agencia
de subsidios. Los pobres, vía el Estado moderno y los subsidios, financian a
las grandes empresas, y a toda su burguesía, socia. Paradoja de un destino
inagotable.
Cuantas (?) obras, prioritarias para el desarrollo,
deja de realizar el Estado como consecuencia directa del subsidio que otorga a
las grandes empresas?
El espacio, donde la crisis y el conflicto se
reproducen, no es inocente. Es, el espacio, una construcción de Poder, una
relación social y cultural, un aprendizaje, una enseñanza desdeñable y útil
para erigir el cambio de paradigma del Estado y la sociedad donde Seremos
Patria y nación desde una perspectiva ciudadana.
El cambio
El cambio jamás ha podido jugar a la inocencia y
a la ingenuidad.
Para lograrlo, el cambio, e interiorizarlo
desde la crisis y el conflicto se hace necesario una ruptura con el paradigma
social, cultural y gnoseológico. Y desde esta perspectiva tirar por las bordas
las ideologías, la cultura de la izquierda, centro y derecha. El antagonismo
entre socialista, socialdemócrata, y derecha no nos ha posibilitado formular
y/o construir respuestas a las crisis permanentes del modelo ni a los
conflictos más allá de reducirlos a la semántica ideológica y populista.
El cambio que requiere y demanda el estadio del
desarrollo territorial del país no es ideológico, ni partidario, ni político,
es ante todo cultural, educativo y sobre todo entramado a las cadenas de valor
agregado del territorio.
Lograr posicionar en la psiquis de la nación, y
de cada dominicano, el Estado ciudadano, la Constitución Ciudadana, la Soberanía
Ciudadana, la Republica Ciudadana, el referéndum revocatorio ciudadano, la
democracia triangulada, el Poder Ciudadano, y sobre todo dar rango
constitucional a estos y a las reformas administrativas de los sistemas de planificación,
presupuesto, inversión, ministerial y legislativo constituyen, por si, el
paradigma del modelo garante del salto de la ciudadanía a partir de un modelo
productivo endógeno, territorial, centrado en la cultura milenaria de nuestro
mercado, agentes y recursos productivos destinados a generar riquezas, divisas,
ingresos y empleos productivos..
Un sistema nacional de ordenamiento territorial
y el sistema nacional de regiones territoriales desde estas perspectivas, que
inicien con la titulación en firme de las tierras del Estado a nivel rural y
urbano han de situarnos, superados la
crisis y el conflicto social, en el estadio del desarrollo que por más de seis décadas
nos ha negado el Estado democrático.
Esta tarea, por demás, ajena a la
partidocracia, es el compromiso firme e irrenunciable de la generación del 53.
La generación que ha decidido apostar por un cambio de modelo a partir y desde
la cultura del territorio.
Seremos, ya, el presente.
Miguel Angel Severino Rodríguez
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